Durante la última década, la retórica corporativa y gubernamental ha dibujado la transición energética como un relevo de antorcha olímpica: las tecnologías limpias entran triunfales por la izquierda del escenario mientras los combustibles fósiles se retiran discretamente por la derecha. Sin embargo, los datos más recientes del Statistical Review of World Energy 2025 desmantelan esta visión lineal con una dosis de realismo académico brutal1. Lo que las cifras revelan no es una sustitución fluida, sino lo que los expertos denominan acertadamente una "transición energética desordenada". Nos encontramos en un escenario donde el progreso no es lineal ni uniforme, caracterizado por una fragmentación regional y un pragmatismo geopolítico que ha relegado el idealismo climático a un segundo plano táctico.
La paradoja del mundo hambriento
Los datos son elocuentes y cuentan una historia de insaciabilidad. Vivimos en un "mundo hambriento de energía" donde la demanda global creció un 2% en 2024, impulsada vorazmente por economías en expansión como India y China. Si bien es cierto que las energías renovables alcanzaron hitos históricos —llegando a cubrir más del 80% del aumento neto en la demanda eléctrica mundial—, la aritmética del consumo global revela una verdad incómoda: este crecimiento verde no fue suficiente para satisfacer el apetito total del planeta.
La consecuencia es una paradoja de adición, no de transición. El año 2024 vio un crecimiento en el consumo de todas las fuentes de energía. Los combustibles fósiles no están cediendo terreno en términos absolutos; están creciendo en paralelo a las renovables para cubrir el déficit que estas últimas aún no pueden llenar. La intensidad energética, esa métrica dorada que esperábamos ver caer drásticamente, ha estancado sus mejoras, frustrando las promesas globales de duplicar la eficiencia para el final de la década.
Divergencia Regional: El gigante asiático y la realidad europea
El informe destaca una divergencia geográfica que es quizás el hallazgo más disruptivo para los analistas occidentales. Mientras Europa se enfrenta a un "baño de realidad" con vientos económicos en contra y altos costos de capital que frenan su expansión verde, China opera en una realidad paralela de escala masiva.
Las cifras son asombrosas: por segundo año consecutivo, China añadió más capacidad renovable que el resto del mundo combinado, representando el 57% de las adiciones globales. Sin embargo, esta expansión verde convive sin contradicciones aparentes con un consumo robusto de combustibles tradicionales. China añadió 1,5 exajulios a su generación por carbón en 2024, mientras que India añadió 0,9 exajulios. Esto demuestra que, para las potencias emergentes, la seguridad energética y la competitividad industrial tienen una precedencia innegociable sobre la descarbonización pura.
El Gas Natural y la reescritura de la seguridad
En este nuevo orden, el rol del gas natural ha sido reescrito fundamentalmente. La narrativa del "combustible puente" —una solución temporal hacia un futuro limpio— ha quedado obsoleta. Con el consumo global de gas alcanzando niveles récord en 2024 y creciendo incluso en mercados maduros, este recurso se ha consolidado como un destino a largo plazo.
El gas es ahora visto como el "sistema inmunológico" de la red eléctrica: un complemento flexible y bajo en carbono necesario para proporcionar resiliencia e inercia ante la intermitencia de las renovables. Esta realidad se ve acentuada por una disparidad de precios alarmante: los precios medios de la electricidad industrial en Estados Unidos son ahora menos de la mitad que en Europa, una brecha impulsada por la abundancia de recursos en Norteamérica que amenaza con desindustrializar al viejo continente mientras este intenta liderar la retórica climática.
Conclusión: La era de la soberanía energética
En última instancia, este análisis nos obliga a aceptar que el mundo ha entrado en una era definida más por la confrontación geopolítica que por la cooperación multilateral. Las grandes potencias están priorizando la soberanía energética y la resiliencia de la cadena de suministro sobre los objetivos climáticos globales. El carbón persiste como un "gigante dormido" no por ignorancia ecológica, sino por su fiabilidad y bajo costo en tiempos de incertidumbre. La transición ya no es un viaje técnico de sustitución de activos, sino un complejo ajedrez de seguridad nacional.
Si la transición energética se ha convertido en una carrera desordenada donde la seguridad del suministro justifica la convivencia indefinida del carbón y la energía solar, y donde la volatilidad geopolítica reconfigura los flujos comerciales de la noche a la mañana, ¿están nuestras organizaciones diseñando su estrategia basándose en el mundo como debería ser, o tienen la audacia de adaptarte al mundo tal como realmente es?