El poder invisible: cómo la Energía Eólica moldea el futuro de Europa

(Por Ing. Guillermo F. Devereux) Con una crisis climática creciente, la transición energética surge como una de las tareas más urgentes a nivel global. El sistema energético mundial, aún profundamente dependiente de los combustibles fósiles, enfrenta el reto de transformarse para satisfacer a nuevas generaciones que piden por un futuro sostenible.

Las energías renovables se han consolidado como el epicentro de esta transformación. Tecnologías como la solar fotovoltaica, la eólica, la hidroeléctrica y la de biogás, junto con avances en almacenamiento energético y redes inteligentes, han alcanzado niveles inéditos de crecimiento. En 2023, el mundo sumó un récord cercano a 510 gigavatios (GW) en capacidad renovable instalada, casi un 50% más que el año anterior, impulsado principalmente por la energía solar, que aportó cerca de 346 GW, y la eólica con 116 GW (Agencia Internacional de Energía, 2024). China lideró este avance con una capacidad solar instalada en un solo año equivalente a toda la capacidad global instalada en 2022, si bien es el mayor usuario de carbón todavía tambien a nivel mundial, muy lejos de sus seguidores y con el 60% usado para energía.

Este progreso es crucial para acercarse a la meta planteada en la COP28 de triplicar la capacidad renovable global para 2030, un objetivo factible si se mantiene una tasa anual de crecimiento del 16%. Sin embargo, los desafíos aparecen en la intermitencia de estas fuentes y el aumento constante de la demanda energética global. Además, el aumento de renovables implica nuevos retos, como la extracción intensiva de minerales críticos y la gestión de residuos tecnológicos, que demandan una atención urgente para minimizar impactos ambientales y sociales.

Tambien la inversión en eficiencia energética ha tomado un impulso notable. Se proyecta para 2024 un gasto global en esta área cercano a los 660 mil millones de dólares, igualando niveles récord y representando un aumento del 45% respecto a 2019 (Agencia Internacional de la Energía, 2024). Esta inversión, distribuida en sectores como transporte, industria y edificaciones, es fundamental para reducir la demanda de energía y, por ende, las emisiones de gases de efecto invernadero. Tecnologías como la movilidad eléctrica, bombas de calor inteligentes y sistemas gestionados por sensores contribuyen a optimizar el consumo y fortalecer la resiliencia de los sistemas energéticos.

El sector, en su formato tradicional, atraviesa a su vez una evolución significativa. La digitalización y la inteligencia artificial están revolucionando la exploración y producción, mejorando la eficiencia y la seguridad operativa. Paralelamente, las empresas orientan esfuerzos hacia la diversificación con energías renovables y tecnologías de captura y reutilización de carbono. Se observan también innovaciones en la modernización de infraestructuras existentes, tales como la repotenciación de plantas solares y eólicas a través de materiales y diseños avanzados, incluyendo turbinas híbridas y compuestos para aerogeneradores offshore. Estas mejoras permiten que las fuentes convencionales incorporen tecnologías para reducir emisiones y aumentar su eficiencia, coexistiendo con el crecimiento de renovables y adaptándose a regulaciones más estrictas ambientales. Así, ambos mundos, el tradicional y el renovable, van al mismo lugar, en un uso intensivo de tecnologías digitales, almacenamiento avanzado y gestión inteligente de redes para garantizar un suministro estable y económico.

Un tema clave en esta coyuntura es la brecha persistente entre países desarrollados y en desarrollo, tanto en acceso a tecnologías como en financiamiento y capacidades para implementar soluciones limpias. Este desfase deja que muchas naciones emergentes, y más vulnerables, puedan beneficiarse plenamente de sistemas energéticos sostenibles. Pero ahí radica una oportunidad significativa: la denominada "revolución energética democrática". El avance de tecnologías descentralizadas, como los mini y microgrids impulsados por energías renovables, el almacenamiento de nueva generación y distintos modelos innovadores de financiamiento —como el pago a medida o micro-redes como servicio— están empoderando a comunidades y consumidores, incluso en áreas remotas, para convertirse en prosumidores activos que producen, gestionan y comercializan energía. Esta democratización no solo reduce la dependencia de combustibles fósiles importados, sino que también genera empleos locales y fortalece el tejido comunitario.

Al mismo tiempo, la eficiencia energética, rebautizada como el "negawatt" —la energía que no se consume—, se reafirma como la estrategia más limpia, rentable y con mayores beneficios para mitigar el cambio climático. Pese a contar con tecnologías maduras y de alto impacto, desde electrodomésticos eficientes hasta sistemas industriales integrados, la eficiencia energética sigue siendo marginada en términos de inversión y políticas públicas. 

En lo urbano, que representa cerca del 75% del consumo energético global (ONU Hábitat, 2021), la innovación excede la generación renovable para abarcar el diseño urbano, la digitalización y la automatización inteligente. Espacios públicos y edificaciones se modernizan con soluciones que optimizan el uso de energía y agua, recuperan calor residual y propician la movilidad eléctrica y autónoma. La integración de tecnologías de la información y comunicación —como el Internet de las cosas (IoT), la inteligencia artificial y los sistemas blockchain— potencia la gestión eficiente, fomenta la participación ciudadana y facilita la creación de comunidades energéticas locales, permitiendo la acción civil activa de la sociedad en la transición.

El sector rural, casi siempre relegado en el debate energético, tiene un vasto potencial renovable y un escenario óptimo para soluciones innovadoras, socialmente inclusivas y ambientalmente sensibles. La agricultura experimenta una transformación silenciosa pero profunda mediante la electrificación de maquinaria, la agricultura de precisión y el aprovechamiento conjunto de tierras para cultivos y energía (agrivoltaicos). 

Finalmente, sectores esenciales como supermercados, centros de salud y data centers, específicos y altamente demandantes de energía, son hoy espacios clave para la innovación en eficiencia y descarbonización. La integración de sistemas avanzados de refrigeración, generadores renovables, gestión inteligente del espacio y soluciones de recuperación térmica son ejemplos de cómo estas industrias pueden robustecer la mitigación climática sin sacrificar funcionalidad ni servicio.

En suma, el estado actual del sector energético global es a la vez prometedor y complejo. La combinación de avances tecnológicos, voluntad política y modelos de negocio innovadores dibuja un panorama lleno de oportunidades para ir hacia un sistema energético justo y eficaz. Pero el tiempo apura y es imperativo acelerar las acciones con foco en cerrar brechas de acceso tecnológico, incentivando la eficiencia energética y democratizando la adopción de tecnologías limpias a escala global. Solo una estrategia integral, adaptada a realidades locales, sostenida en la colaboración internacional y sustentada en compromisos firmes, sin idas y vueltas, permitirá construir un futuro energético estable: y como ejemplo, se pueden ver avances en el caso español.

En Europa, la energía eólica es una de las principales fuentes renovables, y España destaca como uno de los líderes regionales en esta tecnología. De datos recientes de la Agencia Internacional de la Energía y de reportes europeos, España ha ido incrementando significativamente su capacidad instalada tanto en parques eólicos terrestres (onshore) como en proyectos marinos (offshore).

España cuenta con una de las mayores capacidades eólicas onshore de Europa, con más de 28 GW instalados hasta 2023. Esta capacidad abastece una gran parte del consumo eléctrico del país, llegando a cubrir en ciertos meses más del 20% de la demanda nacional mediante energía eólica. Quizá falten solo más conexiones con la red tradicional y las interdependientes con países limítrofes.

Aunque la mayoría de la capacidad eólica española es terrestre, existen planes y proyectos ambiciosos para el desarrollo de energía eólica marina. Por ejemplo, la región de Galicia y la costa cantábrica están siendo foco para proyectos piloto y desarrollos que integran turbinas flotantes, una tecnología emergente que permite instalar parques eólicos en profundidades donde las cimentaciones fijas no son viables.

España está participando en la investigación y desarrollo de aerogeneradores cada vez más eficientes y silenciosos, con mejoras en el diseño de palas aerodinámicas y el uso de materiales compuestos avanzados. Varias empresas españolas trabajan en la mejora del rendimiento y la durabilidad, aplicando nuevas técnicas de fabricación y monitoreo inteligente mediante IoT para optimizar la operación y mantenimiento.

Además, los parques eólicos españoles están cada vez más vinculados con sistemas de almacenamiento energético, como baterías a gran escala, y redes eléctricas inteligentes que permiten gestionar la intermitencia del viento y maximizar la estabilidad del suministro.

Estos son solo ejemplos, y el mix de inversión y desarrollo es variado según el entorno legal y las restricciones de cada país, pero la verdadera pregunta es qué otras fronteras energéticas, con la ayuda de la IA, ¿hasta dónde se está proyectando explorar en las próximas décadas?

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