En 2015, la escena estaba dominada por las redes eléctricas, el carbón y el gas natural. Era el legado de un modelo de crecimiento que priorizaba la abundancia de suministro, aunque a costa de una creciente huella ambiental. Sin embargo, hacia 2025, la foto es muy diferente: más de 1,5 billones de dólares se volcarán a la electricidad, y lo más llamativo es hacia dónde fluye ese capital.
La energía solar se convierte en la gran protagonista, multiplicando por más de dos su participación con un crecimiento del 211%. La eólica también crece con fuerza y aparece un actor clave que hasta hace pocos años no figuraba en la agenda: el almacenamiento en baterías, que reúne inversiones por más de 66 mil millones de dólares. Este cambio es fundamental, ya que el almacenamiento constituye la pieza faltante para que las energías renovables puedan sostener sistemas eléctricos estables y competitivos.
Mientras tanto, los combustibles fósiles comienzan a perder terreno. El carbón retrocede, el gas natural se mantiene sin cambios, y aunque la energía nuclear experimenta un crecimiento del 64%, su avance no logra revertir la tendencia general: el peso del futuro recae cada vez más en fuentes limpias, descentralizadas y respaldadas por nuevas tecnologías.
Si miramos al mediano plazo, el panorama se vuelve aún más interesante. La digitalización de la red avanza con la incorporación de inteligencia artificial y herramientas capaces de equilibrar generación y consumo en tiempo real. La electrificación de la demanda, impulsada por el auge de los vehículos eléctricos y la transformación de los procesos industriales, intensificará la presión sobre las redes y hará que el almacenamiento sea aún más estratégico. Al mismo tiempo, los costos de la energía solar y eólica continúan en descenso, lo que las vuelve más competitivas frente a cualquier fuente fósil. En este sentido, la Agencia Internacional de Energía (IEA) advierte que “para 2030, casi el 90% de la generación de electricidad provendrá de fuentes renovables, con la solar fotovoltaica liderando el camino como la principal fuente de electricidad del mundo” (IEA, World Energy Outlook 2023). A esto se suma el dato de la Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA), que destaca que “en la última década, el costo de la electricidad generada por la solar fotovoltaica se redujo en un 85%, mientras que la eólica terrestre cayó un 56%” (IRENA, Renewable Power Generation Costs in 2022), lo que confirma que la competitividad de las renovables ya no depende solo de políticas públicas, sino de una dinámica de mercado cada vez más consolidada.
El mapa de inversiones no es estático: es una señal de hacia dónde quiere ir el mundo. Y lo que nos dice es claro: la energía del futuro será limpia, descentralizada y sustentada en tecnología de almacenamiento. No se trata solo de una transición energética, sino también de una transición cultural y económica, donde la sostenibilidad deja de ser un discurso para convertirse en un destino inevitable.
En este nuevo escenario, quienes logren adaptarse e innovar no solo reducirán su huella ambiental, sino que estarán mejor posicionados en un mercado que se redefine día a día. La pregunta ya no es si este cambio ocurrirá, sino qué tan preparados estamos para liderarlo.