Esta transformación exige una distinción profunda entre la circularidad de los productos y la de los procesos operativos. En las actividades de exploración y producción, conocidas como upstream, el hidrocarburo extraído es, por definición técnica, un material virgen, lo que limita la circularidad del producto en su origen. Sin embargo, la verdadera oportunidad en este eslabón reside en la gestión de los activos y materiales necesarios para la operación. Un caso de estudio detallado por la empresa SLB ilustra este potencial al aplicar el marco de Indicadores de Transición Circular (CTI): al fabricar nuevos activos de tecnología de perforación, se logró que el 40% del flujo de entrada proviniera de materiales reciclados o no vírgenes, lo que representa 28,400 kg de un total de 71,000 kg analizados.
Para medir estos avances, el sector ha evaluado diversos marcos internacionales, concluyendo que ninguna herramienta actual es capaz de cubrir por sí sola las necesidades de la industria. El marco CTI destaca por su capacidad de ofrecer métricas cuantitativas sobre el "cierre del lazo", evaluando tanto el contenido reciclado en las entradas como el potencial de recuperación en las salidas. Por ejemplo, en activos complejos como un "árbol de Navidad" (dispositivo de control de flujo en pozos), se puede distinguir entre el potencial de recuperación técnica según su diseño (que puede ser del 100%) y la recuperación real alcanzada, que podría ser menor debido a limitaciones logísticas o de gestión de residuos. Por otro lado, normativas como el estándar europeo ESRS E5 aportan un rigor necesario en el reporte de residuos, exigiendo transparencia sobre qué porcentaje de los desechos se desvía de los vertederos para ser reciclado o reutilizado.
En el segmento de refinación y comercialización, o downstream, la narrativa se desplaza hacia la creación de productos petroquímicos, plásticos y lubricantes diseñados bajo principios de durabilidad y reciclabilidad. Aunque los combustibles destinados a la combustión cesan su ciclo de uso al quemarse, existen oportunidades para integrar flujos circulares en su origen mediante el uso de hidrógeno verde, captura de CO2 o bio-componentes. Este cambio hacia productos de mayor valor y vida útil no solo minimiza el desperdicio, sino que mitiga las emisiones desde la fuente.
La implementación exitosa de este modelo depende de habilitadores estratégicos como la tecnología de la información y la gestión de adquisiciones. El uso de sensores e Internet de las Cosas (IoT) permite recopilar datos operativos en tiempo real para optimizar el uso de recursos y facilitar el mantenimiento predictivo, extendiendo la vida de los activos. En el ámbito de las compras, el desafío es superar la barrera del costo inicial; las empresas deben transitar hacia la evaluación del "costo total de propiedad", valorando la modularidad y la facilidad de desmantelamiento de los equipos, lo que permite que una infraestructura de gas hoy pueda ser reacondicionada para energías renovables mañana.
Al final de este camino, la circularidad no es solo una métrica ambiental, sino una brújula que guía la inversión y la innovación hacia una industria más resiliente. Ante la presión social y regulatoria actual, ¿estarán las organizaciones de energía preparadas para adoptar un enfoque de colaboración total en su cadena de suministro para garantizar que ningún material pierda su valor, transformando así el legado de la industria en un motor para la sostenibilidad global?