Actualmente, el grueso de la demanda de hidrógeno se concentra en sectores industriales esenciales, como la producción petroquímica y de fertilizantes. Sin embargo, en regiones clave del mundo —tales como Estados Unidos, la Unión Europea, Canadá, Japón y China— se está observando un impulso sin precedentes en inversiones y políticas orientadas a expandir la producción y el uso final del hidrógeno limpio. Estas naciones, que hoy por hoy ya representan más de la mitad del mercado global de hidrógeno, han establecido metas ambiciosas para el 2030, proyectando un incremento en la producción de hidrógeno limpio que podría superar los 40 millones de toneladas métricas anuales (Mt/año), según reportes de asociaciones industriales y agencias energéticas internacionales.
Este fervor por el hidrógeno limpio se traduce en más de mil propuestas de proyectos a lo largo del globo, aunque la materialización de estas iniciativas avanza a un ritmo cauto. La incertidumbre del mercado, los altos costos de la tecnología y los desafíos inherentes a la infraestructura son barreras reales, resultando en que solo una fracción mínima de la producción de hidrógeno limpio esté en operación hoy. Históricamente, la producción y el consumo de hidrógeno en el sector industrial suelen estar colocalizados , limitando la necesidad de extensas redes de distribución. Sin embargo, la masificación de su uso requiere soluciones de transporte y almacenamiento eficientes a escala.
En este sentido, las estrategias regionales están trazando caminos diversos. Por ejemplo, mientras que en regiones como Europa se conciben proyectos ambiciosos como una "Espina Dorsal Europea del Hidrógeno" (European Hydrogen Backbone) —que busca aprovechar y reconvertir extensas redes de gasoductos existentes para conectar la oferta y la demanda a larga distancia —, otras naciones centran su enfoque en la creación de "clusters" o "hubs" regionales. Estos centros integran la producción y el consumo en áreas geográficas definidas, buscando mitigar los desafíos de la conectividad a gran escala, tal como se promueve activamente en Estados Unidos a través de programas federales.
La expansión de la industria del hidrógeno limpio también está intrínsecamente ligada al apoyo político y financiero. Los gobiernos están implementando mecanismos de gran alcance, desde créditos fiscales a la producción (incentivos que, en algunos países, se encuentran entre los más generosos a nivel mundial) hasta vastos programas de investigación, desarrollo y demostración (I+D+D). El objetivo es claro: reducir drásticamente el costo de producción para hacerlo competitivo con los combustibles fósiles, con algunas iniciativas que buscan alcanzar la meta de $1 dólar por kilogramo de hidrógeno limpio para 2031 (una cifra de referencia clave para la competitividad global).
La adopción de esta nueva matriz energética no es solo un desafío técnico y económico, sino también social. El éxito de estos proyectos a menudo depende de la capacidad de los desarrolladores para forjar alianzas sólidas y un apoyo activo de las comunidades locales. Es imperativo que la transición energética sea justa, asegurando que los beneficios económicos y ambientales se distribuyan equitativamente, y que se aproveche la valiosa experiencia y las habilidades transferibles de los trabajadores de industrias adyacentes, como la del gas y el petróleo, para dotar de capital humano a esta floreciente economía del hidrógeno.
Ante estos desafíos de infraestructura, costo y aceptación social, ¿cuál debe ser la prioridad estratégica de los gobiernos y la industria para acelerar la adopción global del hidrógeno limpio: enfocarse en la creación de “hubs” regionales autosuficientes, ¿o invertir masivamente en la interconexión de largas distancias para crear un mercado verdaderamente global?