Argentina enfrenta uno de los golpes más significativos para su sueño de convertirse en potencia exportadora de gas natural licuado: Shell confirmó su salida del megaproyecto de GNL basado en Vaca Muerta, valuado en alrededor de US$ 50.000 millones y diseñado para ubicarse entre los más grandes del mundo. La decisión no solo altera la hoja de ruta para la industrialización del gas neuquino, sino que también obliga a replantear plazos, escalas y modelos de financiamiento.
El proyecto contemplaba alcanzar una capacidad de producción de 30 millones de toneladas por año hacia 2032, con un corredor de plantas flotantes (FLNG) frente a la costa de Río Negro y una ingeniería financiera que dependía del aporte de un supermajor con experiencia masiva en GNL. Shell era ese ancla. Ahora ya no.
La petrolera angloholandesa aportaba una pieza fundamental: know how, solvencia financiera y reputación técnica capaz de bancarizar un proyecto de esta escala. Sin ese respaldo, las condiciones para acceder a capital internacional cambian radicalmente.
La salida se suma a otro antecedente pesado: Petronas abandonó en 2024 la sociedad proyectada con YPF para construir la primera planta de GNL del país. Dos retiradas consecutivas de jugadores globales envían una señal que el mercado energético internacional lee con atención.
Fuentes del sector explican que cuando un actor como Shell se baja de un proyecto de esta magnitud suele obedecer a una combinación de factores: revisiones económicas, incertidumbres regulatorias, complejidades logísticas offshore, escala excesiva o dudas sobre la estabilidad política a largo plazo.
Aunque YPF mantiene el liderazgo del plan, la petrolera nacional enfrenta ahora un desafío doble: reestructurar el diseño del proyecto y renegociar condiciones para atraer a un nuevo socio global, en un contexto donde los supermajors evalúan con lupa cada inversión estratégica.
Entre los escenarios que comienzan a circular, el primero apunta a un redimensionamiento: un esquema más acotado, con unidades FLNG modulares y una curva de inversión más gradual. Este camino permitiría sostener el proyecto sin comprometer de inmediato miles de millones de dólares en CAPEX.
Otro posible rumbo es la incorporación de un nuevo socio internacional. Eni, que ya mostró interés en activos de gas en Argentina, continúa en la mesa técnica. Sin embargo, cualquier desembarco vendrá acompañado de términos más estrictos, garantías regulatorias reforzadas y mayor disciplina fiscal del Estado nacional.
La alternativa menos deseada —pero plausible— es un retraso profundo. Sin Shell, sin Petronas y sin un nuevo actor global al frente, la exportación masiva de GNL podría deslizarse hacia la década de 2030 avanzada, postergando ingresos clave para la balanza energética.
El impacto en Vaca Muerta no es inmediato en términos operativos, pero sí en el horizonte estratégico. El salto exportador a gran escala dependía de la infraestructura de licuefacción: sin ella, el gas neuquino seguirá condicionado por la estacionalidad local y los límites de transporte.
Analistas internacionales coinciden en que Argentina tiene recursos suficientes para convertirse en jugador relevante del mercado global, pero necesita resolver de manera urgente las condiciones que permitan estabilizar inversiones de largo plazo con contratos a 20 y 30 años.
Mientras tanto, la industria observa con atención el próximo movimiento de YPF. La petrolera estatal deberá definir en los próximos meses quién ocupa el lugar de Shell y cómo se reescribe un proyecto que prometía cambiar la matriz económica del país.
Lo que ocurra de ahora en adelante será clave: el próximo socio que se sume —o la decisión de encarar un diseño más pequeño— marcará el verdadero destino del “sueño GNL” argentino.
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