En ese contexto, la energía solar comienza a perfilarse como una alternativa concreta para reducir desigualdades. Vecinos de asentamientos porteños trabajan junto a organizaciones comunitarias, estudiantes e ingenieros de la Universidad de Buenos Aires y el movimiento Jóvenes por el Clima en la fabricación e instalación de paneles y termotanques solares.
El objetivo es garantizar agua caliente segura en barrios donde la precariedad es la norma. “La idea surgió por la dificultad para acceder a agua caliente”, señaló Gabriela Linardo, de Atalaya Sur, una organización comunitaria que desarrolla proyectos en la Villa 20.
Para avanzar, recurrieron al Proyecto Vectores de la Facultad de Ingeniería de la UBA, que aportó diseño y ensayos para elegir la opción más eficiente y económica. La propuesta busca la apropiación tecnológica de la comunidad, con la instalación de una fábrica dentro del barrio para generar empleo y replicar la experiencia en otros asentamientos.
La falta de infraestructura agrava la situación. En 2018, una obra de urbanización dañó caños y la mitad de la Villa 20 quedó sin agua. Desde entonces, camiones cisterna abastecen a los vecinos tres veces por semana, lo que genera charcos, barro y nuevas complicaciones. “Nos condicionaron el agua”, lamentó la vecina Graciela González Jara.
Los prototipos de termotanques solares ya se encuentran en etapa de prueba. “Funciona como un termo aislado: capta la radiación solar, el agua circula por caños y queda lista para usar. En verano será más rápido que en invierno”, explicó Ricardo Leuzzi, ingeniero civil y coordinador del vector Integración de Barrios Populares de la Facultad de Ingeniería.
La magnitud del problema excede a la Villa 20. En Argentina existen 6.467 asentamientos informales donde viven más de 5 millones de personas. El 66% no tiene energía eléctrica formal, el 90% carece de agua corriente y el 99% no cuenta con gas natural.
Las conexiones irregulares exponen a los hogares a riesgos permanentes: accidentes eléctricos, explosión de artefactos y siniestros. “El peligro es constante. Tener agua caliente segura cambiará la vida de las personas”, destacó Linardo.
Una encuesta en el barrio reveló que 20% de las familias utiliza pavas eléctricas para bañarse, mientras que 35% recurre a termotanques plásticos que suelen incendiarse por recalentamiento. Comprar gas envasado tampoco es una opción viable: un tubo de 10 kg cuesta cerca de US$ 12 y dura entre 5 y 15 días.
El concepto de “pobreza energética” atraviesa este problema. Según Paz Mattenet Riva, de Jóvenes por el Clima, no se trata solo de acceso a agua caliente, sino de eliminar riesgos y mejorar condiciones de vida. “Queremos que sea un diseño local y desarrollado en un barrio popular”, indicó.
El proyecto Desenganche, liderado por Santiago Eulmesekian, instaló cuatro paneles solares en el barrio Saldías, lindero a la Villa 31. Allí la energía ya se inyecta a la red, a diferencia de los 3.400 paneles colocados en viviendas del Barrio Mugica, que hasta ahora no funcionan.
La experiencia recibió en 2024 un premio de Naciones Unidas y busca expandirse a más barrios informales. “Nuestra iniciativa es pequeña, pero genera energía real, no es decorativa”, destacó Eulmesekian.
Para los vecinos, el compromiso comunitario es clave. “Vivo hace 32 años en el barrio, quiero que todos tengan el servicio como corresponde”, dijo González Jara. “Las energías renovables pueden resolver el problema del consumo, la seguridad eléctrica y mejorar la salud. Hoy mueren personas por incendios y familias pierden todo. Esto puede cambiar sus vidas”.
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